RECUERDOS.
La polución ambiental.
Creo que aún
no iba al colegio cuando mi padre compró un Fordsito 37. Lo recuerdo con alguna
precisión porque una vez, en una mañana de invierno, lo acompañé en un viaje a
La Plata. En el trayecto de ida, al costado del camino, había un enorme cartel
de color naranja con leyenda única: “BAYASPIRINA”. Mi viejo me desafió:
- “¡A que no sabés qué dice ahí!”.
Y
yo empecé:
- “BA … BA … BAY …” Hasta que el fordsito
me ganó y el cartel quedó atrás, para divertimento de mi progenitor.
En
esa misma época y a propósito del automóvil, mi padre me explicó que al
encender el motor había que tener mucho cuidado pues no había que hacerlo en un
lugar cerrado. Que a Brizuela (un amigo de mi abuelo materno) se le había muerto
un canario por arrancar el vehículo dentro del garaje y luego abrir la puerta.
Que el escape era muy tóxico.
A
mi padre le causó gracia mi inmediata reflexión, aunque fue premonitoria. Le
dije:
- “Pero encendiendo tantos motores
en el mundo vamos a volver tóxico todo el aire que respiramos.”
Él
me respondió muy seguro:
- “Con lo grande que es el mundo, ¡de
ninguna manera puede pasar!”
No
me convenció.
Las comunicaciones.
Cuando
los primeros astronautas llegaron a la luna, un hombre sabio, el bisabuelo de
mis hijos, reflexionó de manera original:
- “No me sorprende que el hombre
haya llegado a la luna; ¡lo que me sorprende es que lo vi!”
Él
explicaba con admiración que había nacido en Morón cuando no había luz
eléctrica ni pavimentos. Recordaba como un progreso la construcción de los
“pasos de piedra”, o sea, adoquines que en las esquinas cruzaban la calle.
Tenían el único fin, como las actuales pinturas de las calles en las esquinas
(a las que llamamos “cebras”) de ayudar a los peatones. Aquellos para no
embarrarse. Éstas para intentar protegerlos del tránsito.
De
la anécdota resulta que Julio Verne imaginó la llegada del hombre a la luna
eficientemente, pero no el progreso verdaderamente astronómico (el vocablo
parece apropiado para la llegada del hombre a la luna) de las comunicaciones.
Sobre
el tema también recuerdo que en los años 70 (en este país sólo unido al
progreso en el deseo) al viajar a Mar del Plata en verano, había que hacer
largas colas para conseguir comunicación telefónica con algún pariente en
Buenos Aires. De la misma manera, desde mi oficina en Morón, debía pedir “larga
distancia” a la operadora para comunicarme con una colega en Pergamino … y ¡ni
hablar de llamar por teléfono a Merlo! Era más práctico subirse a algún medio
de transporte e ir personalmente.
Hoy
estoy en continua comunicación con mi nieta que está visitando el MET en la
gran manzana. Sin ninguna dificultad.
El estilo apocalíptico.
Un
cura amigo recalca habitualmente que el estilo apocalíptico era un estilo
literario que utilizaban los judíos para que los romanos no los pudieran
entender, y que desde esa óptica debe leerse el último libro de la Biblia.
Comprendido
esto, uno acepta que su contenido no debiera provocarnos miedo, por más
aterrador que parezca.
Sin
embargo, es ineludible que las visiones de Juan revelan la caída de las
estrellas y de los astros (aunque no lo entendamos en sentido literal), luchas
terribles y un período de cambios inimaginables.
Y
a los seres humanos los cambios no nos gustan. Pretendemos naturalmente tener
el control de lo que nos rodea en un intento fútil de dominar el destino.
La tecnología cuántica.
Hoy,
28 de febrero de 2022, en medio de las noticias de la atroz e incomprensible
guerra en Ucrania, sólo imputable a las miserias humanas, leo en un artículo de
Carlos A. Mutto en La Nación titulado “Con tecnología cuántica, China espera
alcanzar la supremacía tecnológica en 2030”): “Utilizando un procesador óptico,
denominado Jiuzhang, en solo 200 segundos pudieron realizar una operación que
el súper calculador Sunway TianhuLight –tercero del mundo- habría necesitado
2500 millones de años para terminar. En Julio de 2021 los científicos de la
UTSC también mejoraron el récord que había establecido el procesador cuántico
Sycamore, de Google.”
Volver al presente personal.
Luego
de haber vivido más de siete décadas, los recuerdos me ubican en el presente y
me llaman a escudriñar en el ignoto futuro.
Sé que la
cuerda (¡“la cuerda”! la de los relojes, la que le dábamos cuando niños a los
juguetes ¡qué antigüedad! ¿en dónde quedó?) de mi vida no puede ser tan extensa
y también que lo venidero es un misterio, esquivo para develarse.
Sabemos que
Julio Verne acertó brillantemente en sus augurios, pero que, aún él, no imaginó
la comunicación entre los humanos de la manera en que hoy la vivimos. ¡Hasta él
falló al pretender imaginar todo el futuro!
De
todas maneras, los signos que se observan en el mundo presente, inducen a tener por cierto que estamos inmersos en
cambios que han de ser cada vez más veloces y profundos. Al ritmo de la
computadora cuántica.
La alegórica
caída de los astros y de las estrellas, el vuelo de los ángeles y las bestias (que
llama a asociarlos con feroces caza bombarderos y misiles) etc. y
–especialmente- la encarnizada lucha entre el bien y el mal del Apocalipsis nos
acechan. El encono y la tenacidad de tal lucha ya hoy alcanza niveles
extraordinarios.
El
mundo que recordamos, tan bucólico (aunque verdaderamente no lo fuera tanto) no
ha de volver.
Sólo
la confianza en el triunfo del Bien nos debe alentar y estimular para que desde
nuestro humilde lugar sigamos poniendo nuestro pequeño grano de arena para ¡seguir
siendo felices!