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martes, 1 de marzo de 2022

 

RECUERDOS.

La polución ambiental.

Creo que aún no iba al colegio cuando mi padre compró un Fordsito 37. Lo recuerdo con alguna precisión porque una vez, en una mañana de invierno, lo acompañé en un viaje a La Plata. En el trayecto de ida, al costado del camino, había un enorme cartel de color naranja con leyenda única: “BAYASPIRINA”. Mi viejo me desafió:

- “¡A que no sabés qué dice ahí!”.

                Y yo empecé:

- “BA … BA … BAY …” Hasta que el fordsito me ganó y el cartel quedó atrás, para divertimento de mi progenitor.

                En esa misma época y a propósito del automóvil, mi padre me explicó que al encender el motor había que tener mucho cuidado pues no había que hacerlo en un lugar cerrado. Que a Brizuela (un amigo de mi abuelo materno) se le había muerto un canario por arrancar el vehículo dentro del garaje y luego abrir la puerta. Que el escape era muy tóxico.

                A mi padre le causó gracia mi inmediata reflexión, aunque fue premonitoria. Le dije:

- “Pero encendiendo tantos motores en el mundo vamos a volver tóxico todo el aire que respiramos.”

                Él me respondió muy seguro:

- “Con lo grande que es el mundo, ¡de ninguna manera puede pasar!”

                No me convenció.

Las comunicaciones.

                Cuando los primeros astronautas llegaron a la luna, un hombre sabio, el bisabuelo de mis hijos, reflexionó de manera original:

- “No me sorprende que el hombre haya llegado a la luna; ¡lo que me sorprende es que lo vi!”

                Él explicaba con admiración que había nacido en Morón cuando no había luz eléctrica ni pavimentos. Recordaba como un progreso la construcción de los “pasos de piedra”, o sea, adoquines que en las esquinas cruzaban la calle. Tenían el único fin, como las actuales pinturas de las calles en las esquinas (a las que llamamos “cebras”) de ayudar a los peatones. Aquellos para no embarrarse. Éstas para intentar protegerlos del tránsito.

                De la anécdota resulta que Julio Verne imaginó la llegada del hombre a la luna eficientemente, pero no el progreso verdaderamente astronómico (el vocablo parece apropiado para la llegada del hombre a la luna) de las comunicaciones.

                Sobre el tema también recuerdo que en los años 70 (en este país sólo unido al progreso en el deseo) al viajar a Mar del Plata en verano, había que hacer largas colas para conseguir comunicación telefónica con algún pariente en Buenos Aires. De la misma manera, desde mi oficina en Morón, debía pedir “larga distancia” a la operadora para comunicarme con una colega en Pergamino … y ¡ni hablar de llamar por teléfono a Merlo! Era más práctico subirse a algún medio de transporte e ir personalmente.

                Hoy estoy en continua comunicación con mi nieta que está visitando el MET en la gran manzana. Sin ninguna dificultad.

El estilo apocalíptico.

                Un cura amigo recalca habitualmente que el estilo apocalíptico era un estilo literario que utilizaban los judíos para que los romanos no los pudieran entender, y que desde esa óptica debe leerse el último libro de la Biblia.

                Comprendido esto, uno acepta que su contenido no debiera provocarnos miedo, por más aterrador que parezca.

                Sin embargo, es ineludible que las visiones de Juan revelan la caída de las estrellas y de los astros (aunque no lo entendamos en sentido literal), luchas terribles y un período de cambios inimaginables.

                Y a los seres humanos los cambios no nos gustan. Pretendemos naturalmente tener el control de lo que nos rodea en un intento fútil de dominar el destino.

La tecnología cuántica.

                Hoy, 28 de febrero de 2022, en medio de las noticias de la atroz e incomprensible guerra en Ucrania, sólo imputable a las miserias humanas, leo en un artículo de Carlos A. Mutto en La Nación titulado “Con tecnología cuántica, China espera alcanzar la supremacía tecnológica en 2030”): “Utilizando un procesador óptico, denominado Jiuzhang, en solo 200 segundos pudieron realizar una operación que el súper calculador Sunway TianhuLight –tercero del mundo- habría necesitado 2500 millones de años para terminar. En Julio de 2021 los científicos de la UTSC también mejoraron el récord que había establecido el procesador cuántico Sycamore, de Google.”

Volver al presente personal.

                Luego de haber vivido más de siete décadas, los recuerdos me ubican en el presente y me llaman a escudriñar en el ignoto futuro.

Sé que la cuerda (¡“la cuerda”! la de los relojes, la que le dábamos cuando niños a los juguetes ¡qué antigüedad! ¿en dónde quedó?) de mi vida no puede ser tan extensa y también que lo venidero es un misterio, esquivo para develarse.

Sabemos que Julio Verne acertó brillantemente en sus augurios, pero que, aún él, no imaginó la comunicación entre los humanos de la manera en que hoy la vivimos. ¡Hasta él falló al pretender imaginar todo el futuro!

                De todas maneras, los signos que se observan en el mundo presente, inducen  a tener por cierto que estamos inmersos en cambios que han de ser cada vez más veloces y profundos. Al ritmo de la computadora cuántica.

La alegórica caída de los astros y de las estrellas, el vuelo de los ángeles y las bestias (que llama a asociarlos con feroces caza bombarderos y misiles) etc. y –especialmente- la encarnizada lucha entre el bien y el mal del Apocalipsis nos acechan. El encono y la tenacidad de tal lucha ya hoy alcanza niveles extraordinarios.

                El mundo que recordamos, tan bucólico (aunque verdaderamente no lo fuera tanto) no ha de volver.

                Sólo la confianza en el triunfo del Bien nos debe alentar y estimular para que desde nuestro humilde lugar sigamos poniendo nuestro pequeño grano de arena para ¡seguir siendo felices!